El
24 de julio de 1919, en el barrio Campo Alegre de Caguas, nació Abelardo Milton
Díaz Alfaro. Su madre, Asunción Alfaro, fue una excelente maestra. Su padre, don
Abelardo Díaz Morales, fue ministro evangélico. Al calor de estos dos ciudadanos
ejemplares y de sus siete hermanos creció el niño quien con el correr del tiempo
se convertiría en uno de los máximos exponentes de la literatura puertorriqueña.
La sólida educación moral e intelectual que se ofreció en ese hogar sirvió de
ejemplo y de estímulo a los pasos que daría Abelardo durante toda su
vida.
Cursó
sus grados elementales en su pueblo natal. Compromisos ministeriales de su padre
hicieron que la familia se trasladara a Ponce, donde Abelardo tomó clases de
pintura con don Miguel Pou. Cuando cursaba el séptimo grado en la escuela
Mackinley de ese municipio, sufre una experiencia desagradable con una maestra,
y se negó a seguir asistiendo a esa escuela. Su tío Leopoldo, quien vivía en Toa
Alta, lo acogió en su casa como a un hijo más. El jovencito viajaba los fines de semana
al hogar paterno en Caguas.
La
escuela Dr. Agustín Stahl de Bayamón tiene el honor de haberlo contado entre sus
estudiantes entre los años 1931 y 1935, cuando obtuvo su diploma de escuela
superior.
Ingresó
en el Instituto Politécnico, donde obtuvo su bachillerato en Artes con
especialidad en Psicología. Luego, obtuvo su licenciatura en Trabajo Social de
la Universidad de Puerto Rico. Ejerció su profesión en el barrio Yaurel de
Arroyo, en Bayamoncito de Cidra y
en Río Abajo de Comerío. Disgustado por la disparidad entre las prescripciones
indicadas por las autoridades que
ostentaban el poder y la realidad cotidiana de la gente con quienes él compartía
día a día, abandonó ese trabajo.
Más adelante, trabajó como investigador de las leyes de menores en el Departamento
del Trabajo, pero encontró los mismos escollos que en sus anteriores trabajos.
Decidió entonces pintar en escritos todas las amarguras, las tristezas, las
alegrías y las jaiberías del campesino, que él tenía guardadas en su espíritu
susceptible.
En
el año 1947, se publicó el libro Terrazo, que pasaría a ser un clásico de
nuestra literatura. Su prólogo lo escribió don Mariano Picón Salas. El mismo año
de su aparición, mereció el primer premio del Instituto de Literatura
Puertorriqueña, además de obtener una medalla de oro y un diploma de honor de la
Sociedad de Periodistas Universitarios.
Ya
en Terrazo, don Abelardo se presenta
como un autor de estilo y de vocabulario sencillos, sin palabras rebuscadas ni
malsonantes. Cada palabra está saturada de emoción, de color y de ritmo, lo que
le añade poesía a la obra. Poesía que ahonda en el alma campesina de la que hace
gala nuestra gente del campo. Las luchas y las angustias de un pueblo que se
resiste a perder su identidad se hacen presentes en todo momento. Aunque es
evidente la fatalidad como tema en su obra, ésta se utiliza como toque de alerta
para cobrar conciencia de lo que estamos perdiendo, y nos exhorta a luchar hasta
el último momento.
El Josco, uno de los cuentos de Terrazo, narra la historia de cómo un
toro puertorriqueño es suplantado por un toro americano en su función de padrote
en una finca, a pesar de haber demostrado que se encontraba en óptimas
condiciones para ejercerla. Su
enemigo real no era el toro americano, sino su dueño boricua, quien prefirió al
extranjero para tan importante misión.
El
cuento El Josco ha sido traducido al
inglés, al checho, al polaco, al alemán, al francés, al italiano y al ruso. Es
lectura requerida para estudiantes que se especializan en Literatura en muchos
países de Hispanoamérica y de Estados Unidos.
Bagazo es otro cuento del libro Terrazo, en el cual se lorgra una fina
calidad artística. En esta historia, Domingo, su personaje principal, encarna la
dignidad humana sostenida por la fortaleza moral de saberse útil y con deseos de
trabajar. Aun acorralado por las presiones físicas y sociales que implican la
explotación económica, el hambre, el desempleo y las enfermedades, Domingo
lucha, pues se sabe respaldado por la verdad y por la justicia. Incluso, en el
último momento de su vida física, se supera, vence moralmente al blanco e
inclina la balanza de simpatías y el respaldo del lector hacia él. Las imágenes sensoriales se suceden una
tras otra y forman un sutil encaje que contrasta con la tragedia de la vida de
ese personaje.
Peyo Mercé enseña inglés y Santa Clo va a La Cuchilla son dos
cuentos en los cuales el autor hace gala de un extraordinario dominio de la
ironía fina. Para lograrlo, se vale del uso de diminutivos y de su profundo
conocimiento de la psicología y de la lengua jíbara. El autor traslada las
experiencias adquiridas en el campo del trabajo social al salón de clases. Allí
nos presenta un sistema educativo que pretende instaurar nuevas, inadecuadas y
extrañas teorías y prácticas pedagógicas.
En
estas estampas, nos percatamos de que estamos ante un gran conocedor de las
técnicas del cuento y de la cultura campesina. Esa vieja cultura que les sirve
de dique a los personajes, ante el bombardeo de rasgos de una cultura extraña
que les quieren imponer para absorberlos y hacerlos desaparecer. Las
manifestaciones de apego y de defensa de nuestro abolengo cultural afloran a
cada momento en labios y en acciones de los personajes, así como en las
descripciones que hace el autor.
Con
Peyo Mercé el autor logró crear a un personaje literario que trasciende el
ámbito isleño y se convierte en símbolo de lo hispánico: tesón, lucha, sueños e
ideales, nos dice el Dr. Luis Hernández Aquino.
Santa Clo va a La Cuchilla fue publicado
en la revista norteamericana Odyssey
con el título Santa Claus Takes To
The Hills. Se utiliza como texto, además, en países como Nueva Zelandia,
Inglaterra, Austria y Canadá. En
fin, todo Terrazo está saturado de
armonía entre los personajes y los paisajes, lo que logra el autor por medio de
sus conocimientos sobre la forma, el color, el movimiento y las proporciones.
Sus descripciones nos hacen captar inmediatamente la densidad de los objetos y
de los personajes; nos lleva a sentir la intensidad de los colores, de las
palabras y del combate; nos obliga
a entrar gustosamente para vivir la experiencia personalmente, y convertirnos
así en partícipes de la misma.
Luego
de percatarnos de estos aspectos de algunos cuentos de Terrazo, coincidimos con el Dr. Luis Hernández
Aquino, quien señala: “Con su lectura se nos lastima el alma para
sensibilizarnos y redimirnos; penetra en lo más profundo de nuestra
conciencia. Es una de las mejores
obras puertorriqueñas de todos los tiempos.”
En
1967, don Abelardo publica su otro libro, Mi isla soñada, en el que incluye una
selección de los más de dos mil libretos que escribió para los programas Teyo Gracia y su mundo y Retablos del solar. La selección y el prólogo estuvieron a
cargo de Dalila Díaz Alfaro, hermana del autor. La Universidad de Cincinnati
publicó “The Empty Box”, traducción
al inglés del cuento incluido en este libro, con el título La cajita vacía.
En
la revista Asomante de 1967, se
publicó el cuento Los perros. En esa obra divisamos el aspecto
metafísico y psicológico del pueblo boricua. Su personaje principal, el Rucio,
es un caballo acosado por una jauría que lo persigue con el propósito de
destruirlo. Aunque sus fuerzas físicas menguan, el caballo trata de llegar hasta
lo más alto del paisaje, mientras es perseguido por sus poderosos, temibles y
violentos enemigos. Aunque llega exhausto y mortalmente herido, dio la batalla,
y es esa voluntad de lucha y de llegar a la meta lo que al fin y al cabo resume
las vidas heroicas: persistente esfuerzo tras el ideal de la
eternidad.
Don
Abelardo ha escrito ensayos, artículos, estampas y cuentos en las revistas Alma Latina, Presente, Puerto Rico Evangélico, en el periódico
El Mundo y en la revista niuyorquina
La Nueva Democracia. En 1959, la revista Jaycos publicó un poema de su autoría
titulado El
mozambique.
En
1962, Díaz Alfaro fue embajador de Puerto Rico en México, y estableció amistad
con figuras literarias consagradas de ese país, quienes elogiaron la obra y la
sencillez de nuestro compatriota.
Todas
las obras de este excelente escritor han sido llevadas al sistema “Braille” por
el Instituto Nacional para Ciegos en Estados Unidos. Sus cuentos Don Procopio, el despedidor de duelos,
Peyo Mercé enseña inglés y Bagazo están incluidos en la cinta Los cuentos de Abelardo, producida por Luis
Molina.
En
1996, Díaz Alfaro fue declarado Hijo Adoptivo de Bayamón. Ha recibido múltiples
premios: presidenciales, placas, medallas, diplomas, trofeos, pero, sobre todo,
ha recibido el amor y el agradecimiento del pueblo que se reconoce en sus
obras.
En
1997, el Departamento de Educación de Puerto Rico le dedicó a Díaz Alfaro la
Semana de la Lengua Española, que se celebró del 21 al 25 de
abril.
Don
Abelardo fue víctima de un vil ataque en su propio hogar en 1989. Desde
entonces, no volvió a escribir. Su esposa, doña Gladys Mieux, con quien vivió
casi cincuenta años y procreó tres hijos, lo cuidó durante su convalecencia
hasta su muerte, el 21 de julio de 1999.
Sus restos descansan en el cementerio del Viejo San
Juan.
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