Revista Jurídica de LexJuris
Año 2004
VIOLENCIA DOMÉSTICA: MODELO DE ANÁLISIS Y PROGRAMAS DE INTERVENCIÓN CON AGRESORES
Alejandrina Ortiz: Profesora en la Universidad
Interamericana. Puerto Rico. Maestría
de Trabajo Social.
Emilio García: Profesor en la Universidad Complutense. Madrid. Facultad de
Psicología y Filosofía.
RESUMEN
En este trabajo presentamos un modelo teórico multidimensional e
integrador para comprender y explicar la violencia doméstica. Conocer y
analizar el perfil de las personas agresoras es condición necesaria para
desarrollar, aplicar y evaluar programas
de intervención para maltratantes de
violencia doméstica. Analizamos varios programas existentes en diversos países y proponemos un
programa de intervención, que estamos desarrollando, dirigido a hombres
agresores en su relación de pareja.
ABSTRACT
Domestic
violence is present in today's society at an alarming rate. It is a complex
phenomenon, with structural and functional dimensions. It requires an systemic analysis in order to acquire the necessary
knowledge and apply the correct treatment.
We present
on this work a multidimensional theory model to encompass; in order to explain
and understand domestic violence. It is necessary to know and understand the
profile of an aggressor (male batterer) in order to develop, apply, and
evaluate intervention program for them. We are analyzing the programs that are
available in different countries and we are
proposing an intervention program, which is being develop to target aggressors
in their sentiment relationships.
INTRODUCCION
La familia, institución fundamental en la socialización de las personas, con la misión de procurar el desarrollo más pleno de cada uno de sus miembros y su integración en la sociedad, atraviesa una etapa crítica en la historia de la humanidad. La violencia que se vive en los hogares ha obligado a muchos países a tomar medidas para su prevención y tratamiento, desarrollando programas de intervención para afrontar este problema.
Niños, adolescentes, personas adultas y
ancianos sufren violencia en algún momento de su ciclo vital. Según la
Asociación Médica Americana se estima que el 25% de las esposas experimentan un
acto de violencia doméstica en su vida matrimonial. En el Reino Unido, cada
tres días muere una mujer, víctima de la
violencia doméstica. En España, cada semana
es asesinada una mujer.
Nuestro trabajo pretende: a) proporcionar un
marco teórico multidimensional e integrador para conceptualizar
la violencia en la sociedad actual, centrándonos especialmente en la violencia
doméstica; b) caracterizar el perfil de
las personas agresoras; c) presentar programas de intervención para
maltratantes de violencia doméstica; d) proponer un modelo operativo que permite
estudiar el fenómeno de la violencia doméstica, analizando causas y
manifestaciones y ofreciendo un programa de intervención, que estamos
aplicando (Fig. 1).
El modelo es multidimensional ya que la
violencia doméstica es un fenómeno sumamente complejo con dimensiones
estructurales y funcionales. Un análisis sistémico desde contextos micros, mesos y macros proporciona una mejor comprensión de este
fenómeno. La persona, la familia, las redes de apoyo social y el contexto
sociocultural son los elementos o componentes a considerar en la estructura de
la violencia doméstica. Un análisis funcional implica considerar la interacción
de la persona con los entornos, cómo percibe, procesa, elabora y evalúa la
información recibida y así mismo desarrolla patrones de afrontamiento. El
enfoque multidisciplinario es necesario porque la violencia doméstica se
manifiesta de forma física, psicológica, social, y es tema de estudio en
disciplinas como la Medicina, la Psicología, el Trabajo Social, la Sociología,
el Derecho, etc.
Vea FIGURA
1. MODELO MULTIDIMENSIONAL Para
ver Figura Necesita:
1. La violencia doméstica
Se ha tratado de comprender y explicar la conducta humana utilizando diversos paradigmas que están relacionados con la visión que el teórico tiene sobre la naturaleza humana. Para algunos la actividad humana es dependiente del libre albedrío, para otros es el producto de fuerzas externas que están fuera del control de los individuos, y para otros está en función de la interacción entre variables internas y externas.
La persona percibe el entorno, codifica la información,
evalúa e interpreta la situación, toma decisiones y actúa. Piensa sobre la
situación y sus exigencias, se mira a sí mismo y sus capacidades para
afrontarla, se siente más o menos competente y afectado emocionalmente. Ocurre una dinámica de
interacciones recíprocas entre el sujeto y sus procesos cognitivos, motivacionales y emocionales, la conducta que ejecuta, y
las influencias ambientales (Bandura, 1986). Los procesos mentales, cognitivos y emocionales, desempeñan un
papel fundamental en el pleno desarrollo de los seres humanos, en su estado de
bienestar físico, psíquico y social y en las relaciones interpersonales.
La actividad humana tiene un base biológica que es objeto de estudio de las Neurociencias, desde la Genética a la Neuropsicología, entre otras. Estas disciplinas estudian las ases biológicas, muy particularmente el cerebro, órgano principal del sistema nervioso. Conocer la base neurofisiológica de la actividad humana nos permite profundizar en el análisis de las conductas agresivas y violentas. Pensamientos, sentimientos, motivaciones, comportamientos son propiedades funcionales de la actividad cerebral. (García García, 2001). Conocer estas estructuras y funciones ayudará a tener una mejor comprensión y explicación de las conductas violentas en las relaciones de pareja.
Las emociones son necesarias para la
supervivencia y están siempre presentes en nuestra comportamiento
(LeDoux, 1999; Damasio,
1996, 2001). La experiencia emocional es una experiencia subjetiva,
moldeada por el proceso de socialización. El ser humano experimenta emociones y expresa
emociones. Cada sociedad ha establecido un patrón de expresión emocional,
elaborando estereotipos y uniformando conductas. Las emociones cobran
significado en el contexto social. Lo que puede provocar un sentimiento en una
cultura puede no provocarlo en otra, pero la forma particular de experimentar y
de expresar la emoción guarda relación con la cosmovisión del grupo social
particular.
El proceso de socialización promueve que en
una sociedad los sujetos perciban e interpreten las respuestas emocionales de
una manera determinada, emergiendo así expectativas de rol. La cultura hispana
tiende a inhibir la expresión emocional masculina con mensajes como los hombres no lloran mientras que en la
mujer, el llanto se puede considerar expresión de su feminidad. Las
instituciones de socialización formales e informales
se encargan de formar a sus miembros en las expectativas sociales de expresión,
supresión y represión de emociones.
El contexto sociocultural puede fomentar la práctica de la violencia como medio
para resolver conflictos ya sean intrapersonales e
interpersonales. Los medios de comunicación masivos pueden transmitir a
temprana edad actitudes favorables a diversos tipos de violencia. Las creencias religiosas pueden
aceptar la violencia dentro de la familia. La escuela también puede considerar
legítimo el castigo físico como medida de enseñanza y de corrección.
El sistema patriarcal es un sistema
político-económico que propicia diversos tipos de violencia, pero muy
especialmente la violencia contra la mujer. Una forma de violencia consiste en
el menor valor y remuneración que se le confiere al trabajo realizado por la
mujer en comparación con el que recibe
el hombre. La división de trabajo en estas sociedades obliga a la mujer
a mantenerse en dependencia económica del varón. En la mayoría de los países
del mundo, el rol de la mujer es de subordinación (Blumberg,1978; Chafetz, 1984).
Las diferencias sexuales no sólo conllevan
violencia económica contra la mujer, sino también violencia física.
Generalmente cuando un varón experimenta violencia física, ésta suele acontecer
ajena al ámbito familiar. El varón tiende a ser víctima de violencia en delitos
de calle, como el robo, o por peleas callejeras. Por el contrario, cuando la
mujer es víctima de alguna agresión, ésta ocurre en el hogar y generalmente, de
parte de su pareja (Echeburúa, 1998).
La violencia en la familia y el maltrato a la
mujer constituyen un problema social tanto en países que se consideran
desarrollados como para aquellos que están en el proceso de desarrollo. Tal
violencia no discrimina por credo, etnia, clase social, preparación académica,
edad ni profesiones (Gelles, 1985; Gelles y Straus, 1979; Dobash y Dobash, 1979).
Caracterizamos la
violencia familiar como todo acto
dirigido a lastimar física, sexual y emocionalmente a cualquier miembro (esposo-a,
padre-madre, hijo-a, abuelo-a) de la familia
por otro miembro del mismo grupo.
Los lazos afectivos que une a estos miembros hace
que las agresiones en el contexto familiar generen una dinámica muy diferente a
las agresiones en otros grupos sociales. Son actos de violencia familiar, la
negligencia en el cuidado de menores, el abuso físico, sexual y psicológico a
menores, disputas, peleas, agresiones entre los miembros y el maltrato a los ancianos. El acto violento
lo ejerce una persona con un rol marital, parental, o
de cuidados hacia otros con roles recíprocos
(Stith et al., 1992 ).
La
socialización violenta a que son expuestos los niños de las familias
puertorriqueñas quedó evidenciado en el Estudio sobre la Violencia. Este tipo de
socialización se caracteriza por la experiencia de la violencia doméstica, el
maltrato hacia menores y el haber delinquido uno o más miembros en el grupo familiar. La violencia familiar (entre la pareja y hacia los hijos) estuvo
presente en uno de cada cuatro (20.4 %)
hogares de delincuentes juveniles y en el 14.7% de los hogares de los jóvenes
adultos. Estos jóvenes describieron su vida familiar como llena de peleas y
discusiones ( 15% los jóvenes adultos; 19% de los
delincuentes juveniles).
La caída de las Torres
Gemelas de Nueva York fue el acontecimiento histórico
que ha marcado la llegada del nuevo milenio. Los gobiernos se solidarizaron con
los Estados Unidos de América para hacer frente al enemigo invisible del
terrorismo internacional. Los gobiernos
han entrado en una colaboración con la intención de desenmascarar a este
monstruo que atenta contra la seguridad personal, nacional e internacional. Un
despliegue de fuerzas de seguridad se han apostado en
aeropuertos y lugares estratégicos que puedan ser objetivos para actos
terroristas.
Pero otro terrorismo ha
venido socavando las sociedades por siglos sin que los gobiernos se apoyaran
mutuamente para combatirlo. Un terrorismo que ha cobrado miles de vidas de
mujeres, ancianos y niños, que se ha escondido tras el velo del hogar, de la
intimidad y de la fuerza de la costumbre. Este terrorismo es un crimen
solapado, el crimen encubierto más frecuente de nuestro planeta, la agresión
física, psicológica sexual de la mujer por parte del hombre que dice amarla. Para
erradicar este terrorismo, se necesita que todos los gobiernos se unan. Pero
también exige conocer sus componentes, cómo operan y qué persiguen. Factores
como el desarrollo histórico, los cambios políticos y económicos, el avance
tecnológico, el desempleo, la pobreza, la socialización de género, factores biopsicosociales del sujeto, entre otros, han de ser
evaluados si queremos limitar, acotar y propiciar las condiciones para una
sociedad libre de violencia.
El movimiento
feminista, las gestas audaces y loables que hicieron las mujeres en la década
del 60 para denunciar las condiciones en que la mujer ha vivido a lo largo de
la historia, levantó conciencia en organizaciones como la Organización de las
Naciones Unidas, obligando que este tema fuera tratado en las asambleas de la
misma. En el 1975, la ONU hizo un
llamado a los países para erradicar todo tipo de agresión y violencia contra la
mujer.
Los hombres han de
involucrarse para erradicar este terrorismo, que sigue siendo el enemigo número
uno de las familias en cualquier parte del mundo. Es necesario un llamado a los
hombres para que participen activamente en contra de la violencia contra la
mujer. Todos los ciudadanos han de ser conscientes de que el silencio es el
mejor aliado de la violencia doméstica.
La Coalición Nacional Contra la Violencia
Doméstica (NCADV) reportó que cada quince segundos una mujer es golpeada en los
Estados Unidos y el golpeador, es su
cónyuge, amigo o compañero. En el 1978, el Congreso de los Estados Unidos de
América definió violencia doméstica como todo
acto de maltrato contra la pareja, los menores y envejecientes en el hogar así
como el incesto y la violación (Law Enforcement Assistance Administrative, 1979).
Violencia doméstica, esposa maltratada, violencia
conyugal, esposa abusada o violencia marital son vocablos con que se
oculta el dolor de la mujer que es golpeada por el hombre que prometió
amarla (Dobash,
1979). Cuando se dice mujer maltratada para describir la
condición de la mujer después de los hechos, da la impresión que es un atributo
personal, como si ella lo hubiera seleccionado. Esta forma de expresión puede
llevar a ocultar al golpeador. El término maltratada
enmascara el propósito real de la conducta del golpeador, por lo cual, Jones (1996) lo
considera un eufemismo. Obsérvese que el uso del vocablo pareja esconde el problema real de la violencia, porque neutraliza
el género, y desvincula al golpeador como eje central de acción. La realidad es que en la mayoría de los casos
el golpeador es el hombre. La mayoría de las ocasiones en que una mujer agrede al esposo, lo hace en legítima defensa (Gelles, 1979; O’Leary, 1985; Silva, 1985; Browne, 1989; Walker, 1984,1987,1989)
Muchas
mujeres comienzan a experimentar los actos de violencia previo
a la vida matrimonial. Cuando niñas fueron abusadas por su padre, hermano u
otro familiar. Al llegar a la época del noviazgo, puede ocurrir que la novia es
amenazada y esta amenaza puede transformarse en realidad (Hotaling
y Sugarman, 1989). El ciclo de experiencias de vida
de estas mujeres registra el abuso físico y sexual por el padre, hermano o
familiar cercano. Al abandonar el hogar cae en manos de un vividor o chulo de
mujeres que la golpea y somete a la prostitución. Posteriormente, encuentra en
su camino a alguien que ofrece llevarla con él y resulta que termina casándose
con otro golpeador.
El
golpeador somete a su esposa o novia mediante un proceso de seducción
(romance); el chulo de mujeres la indoctrina y recluta para los servicios de
prostitución; y en el matrimonio o vida marital, el esposo se puede convertir
en un chulo, cuando obliga a la esposa a
sostener relaciones sexuales con otras personas. En ocasiones el hombre
maltratante no golpea físicamente a la mujer, pero se vale de las palabras y
gestos para agredirla emocionalmente. Son mujeres victimizadas
por el abuso, amenazadas por la conducta agresiva del hombre, golpeadas en la
relación conyugal, formadas en el ciclo de la violencia, mutiladas por la
hostilidad del esposo y asesinadas por incidentes domésticos (Jones, 1996).
Considerar el vínculo
matrimonial, legal o consensual como sagrado, íntimo y de carácter privativo
entre los contrayentes, es la creencia sostenida por siglos de historia, que
lleva a la mujer víctima de maltrato a las experiencias más crueles en la vida
conyugal. Es cuestión de matrimonio
se solía decir y por lo tanto, ni familiares, vecinos o gobierno intervenían
aunque la vida de la mujer y de los hijos se fuera en ello. Ha
sido un paliativo jurídico para el hombre agresor apelar a que estaba en
estado ebrio o bajo efecto de droga o arrebato de cólera.
Violencia doméstica,
maltrato conyugal, maltrato de esposas y maltrato de mujeres o esposas
maltratadas son términos que se utilizan para referirse a un mismo fenómeno;
describe la violencia física, sexual o emocional que ocurre en la relación de
pareja hombre-mujer. En la
década de 1960-70 se considera que la violencia del hombre hacia la mujer en la
relación conyugal constituye un problema de salud pública. Las agresiones
físicas y el abuso sexual no sólo atentan contra la integridad corporal de la
mujer, sino que menoscaban la integridad moral y emocional tanto de la víctima
como del golpeador. La experiencia de victimización a que era sometida la mujer
en la relación conyugal es traída al foro público por Lenore
Walker (1979). Mujeres maltratadas o esposas
golpeadas ( wife battering) y hombres maltratantes o golpeadores (male batterers) salen de los
armarios matrimoniales.
La
violencia doméstica es una conducta dinámica evolutiva. La experiencia en casos de violencia
doméstica evidencia que los actos de agresión ocurren en un proceso cíclico. El
sujeto hace de tales actos un estilo de vida y aprovecha cualquier oportunidad
para dar rienda a los mismos. Una de las muchas aportaciones de Walker (1979) para el análisis e intervención de la
violencia doméstica es el descubrimiento del patrón cíclico de la conducta
violenta del agresor. En sus intervenciones con mujeres víctimas elabora el
ciclo que caracteriza a este tipo de comportamiento. El ciclo de la violencia
doméstica se caracteriza por factores estructurales, funcionales y procesuales. Este
ciclo ocurre sucesivamente en tres etapas o fases: fase de la tensión, fase de la agresión, y la
fase del arrepentimiento y conciliación. Víctima y agresor se relacionan
dentro de unos contextos que posibilitan la acción violenta en la que el
agresor logra algún beneficio o utilidad.
La violencia doméstica
no ocurre al azar. Es un proceso en el cual intervienen factores individuales,
familiares y socioculturales, cada uno de ellos constituye un factor de riesgo
que puede dar cabida a la violencia en la relación de pareja.
Existen factores biológicos,
psicológicos y sociales que pueden predisponer, precipitar y atraer a una
persona a incurrir en violencia y en violencia doméstica, entre los que podemos
señalar: factores genéticos, neuropsicológicos (debidos a lesiones cerebrales),
capacidades mentales distorsionadas y sesgos cognitivos, enfermedades mentales,
uso y abuso de alcohol y drogas, etc. Al estudiar las familias de personas que
han sido víctimas de violencia doméstica y las familias de las que proceden los
hombres agresores, se han encontrado presentes los siguientes factores: familias con problemas múltiples (alcoholismo, drogas,
desempleo, hacinamiento, abuso sexual); hogares destruídos
(divorcios / muerte); rechazo por parte de los padres o disciplina defectuosa;
modelos psicopáticos de los padres ( Corsi, 1994; Nevárez, 1996;
Contreras et al. 1996; Dutton y Golant, 1997; Echeburúa, 1998; Caro et al. 2000; Cortés, 2000).
Un análisis histórico del
fenómeno de la violencia familiar y la violencia contra la mujer constata que
se trata de un comportamiento aprendido y transmitido de generación en
generación. Además existen factores en
la estructura social como la pobreza, la
marginación, el acceso limitado a medios convencionales para alcanzar lo que la
cultura dominante denomina el “éxito” personal y social, que pueden propiciar
las condiciones para el desarrollo de estos tipos de conducta violenta. Otros
factores relacionados son los mecanismos de control social, patrones de socialización , deprivación sociocultural, etc.
La presencia de subculturas dentro de la cultura dominante es parte del
fenómeno sociocultural, por lo que merece atención especial la subcultura de la
violencia como factor causal de la violencia doméstica. A ello se suman los medios de comunicación
que legitiman la violencia como medio de control y los estereotipos de género.
Entre los estereotipos de género en una sociedad machista se destacan los roles
de género masculino: machista, egoísta, controlador, dependiente, dominador,
competente, celoso, jefe de la casa; y
los roles del género femenino: débil, necesitada de protección, sumisa,
abnegada, complaciente con el varón, mujer de la casa, obediente (Contreras,
1996).
Los
avances tecnológicos y los cambios políticos y económicos han hecho que la
mujer rompa con los estereotipos tradicionales, dejando a un lado las tareas
domésticas para incorporarse al mundo del trabajo remunerado y exigiendo al
varón que asuma responsabilidad en igualdad de condiciones en el cuidado del
hogar. Aunque la mujer ha podido ajustarse a los cambios, para el hombre
integrarse a la esfera del trabajo doméstico ha sido mucho más difícil,
sobretodo, cuando en dicho ajuste se exige un tipo de relación fundamentada en
la igualdad, reciprocidad y respeto de los derechos humanos.
El patriarcado
es un sistema institucionalizado que define las expectativas de rol de acuerdo
al sexo, desarrollándose las ideologías de lo masculino y lo femenino. La
arquitectura del patriarcado conquista la conciencia de sus miembros y se
justifica su existencia en beneficio del orden social. Existen expectativas de
rol tanto para el varón como para la mujer. Cuando el esposo crece con la idea
de que la mujer debe ser responsable de las faenas del hogar y le exige cumpla
con estas tareas, y ella no logra cumplirlas como él ha demandado, entonces el
hombre recurre a diversas modalidades de
agresión, como puede ser la agresión física y sexual. Esto se conoce como la dimensión instrumental
de la violencia conyugal.
En la ideología del patriarcado la hegemonía es del varón; la mujer depende económicamente de éste y su vida adquiere significado en relación al hombre. La organización familiar patriarcal, perpetúa la diferenciación en sexos. Nace así el padre de familia y la mujer ama de casa, esposa fiel, madre abnegada. La mujer objeto de placer o esclava ama de casa.
1. 2. Manifestaciones de la
violencia doméstica
La violencia contra la
mujer incluye actos de maltrato físico, sexual y emocional. Incluye someterla a aislamiento, a actos de
intimidación o destructivos. Incluye toda
forma de ejercer poder y control por parte del esposo, ex-esposo,
concubino, compañero, novio, ex-novio, en una relación de intimidad (Straus y Gelles, 1980, 1992;
Cobo, 1998,1999; Acale, 2000).
1.
2. 1. Maltrato o violencia física
La violencia
física puede definirse como todo acto que
tiene la intención o se percibe que tiene la intención de causar dolor físico o
de herir a otra persona. Se estima que en uno de cada seis matrimonios se
experimenta algún tipo de violencia física. Este tipo de violencia es fácil de
identificar, por las huellas visibles que deja. La data científica sostiene que
es el hombre el que usa la violencia contra la mujer, de una manera persistente, sistemática e intimidante.
Entre las
manifestaciones del maltrato físico se encuentran: abofetear, escupir, morder, cortar,
apretar el cuello con intención de asfixiar o estrangular, empujar, halar y
arrancar el cabello, patear, pellizcar, quemar o infligir quemaduras, pegar con
el puño, pegar con correas o palos u otros objetos, amenazar con arma blanca o
de fuego, con martillo, tijera, romper costillas, nariz u otros huesos, etc.
El negarle dinero para
su alimentación es parte del maltrato físico ya que la priva de una necesidad
básica así como negarle dinero para ropa, calzado y vivienda. Conducir el
vehículo con violencia, arriesgándose a
sufrir un accidente, abandonarla en el hogar cuando está enferma e impedida de
valerse por sí misma durante el período de recuperación, no permitirle usar
anticonceptivos, también son formas de violencia que atentan contra la
integridad física de la mujer y contra sus derechos humanos. Se desconoce
cuántos infantes nacen con impedimentos debido a las golpizas que sufrieran sus
madres por parte de su pareja-hombre cuando estaban embarazadas (Walker, 1979).
1.2.2. Maltrato emocional
El grado de visibilidad del daño que deja este
tipo de violencia es mínimo. Ataca el orgullo, la dignidad, el autoconcepto y es casi imposible detectarla a simple vista.
Pero sus estragos en la autoestima e identidad personal son inmensos. El
constante maltrato va minando el espíritu de la víctima que llega a creerse
merecedora de los malos tratos. La vulnerabilidad al maltrato emocional tiene
sus raíces en las experiencias de la niñez como son las conductas de apego (Bowlby, 1969, 1988). Entre las manifestaciones comunes de
maltrato emocional están las siguientes: humillar, avergonzar e insultar
mayormente en público; utilizar palabras como estúpida, loca, sucia, gorda,
flaca, palillo, floja, fleje, fea, gorda, puta, etc.
Otras formas de
maltrato son: echarle la culpa cuando las cosas salen mal; exigirle atención
antes de que atienda a los niños, prohibirle hablar o salir con amigas, cortar
el teléfono, llamarla continuamente para asegurarse de que está en casa o
exigirle que sea ella la que continuamente lo llame, relatarle amoríos,
mofársele, criticarle la ropa, el peinado, o su apariencia física, compararla
con otras que son más atractivas, amenazarla con decirle que la va a dejar por
otra, amenazarla con quitarle los hijos si ella lo abandona o que se quitará la
vida, la de ella o de los niños, etc. En ocasiones, si tiene arma de fuego,
juega a la ruleta rusa con ella.
Es muy común en hombres
agresores romper objetos y mobiliario del hogar como una forma de ejercer
coerción psicológica. Entre otros actos están: cortar o pinchar las gomas al
coche, matarle la mascota o destruir aquellas prendas personales que tienen
valor sentimental para la esposa.
1.
2. 3. Maltrato sexual
Existen diversas formas
de abuso o maltrato sexual de parte del esposo hacia la mujer victimizada, siendo la violación una de éstas. La violación
ocurre en el matrimonio cuando se sostiene relaciones sexuales con la esposa
sin el consentimiento de ella, ya sea porque utiliza la fuerza física, o algún
tipo de droga, o está en estado de inconsciencia. La violencia sexual es
obligar a la mujer a sostener relaciones
sexuales cuando no las desea o sostener
relaciones sexuales de modos que a la mujer no le gustan.
Los testimonios ofrecidos
por las víctimas relatan como formas de abuso sexual, los siguientes: obligarla
a tener sexo con otra persona especialmente en relaciones tríos, en el que la
tercera persona es una mujer; introducirle objetos por la vagina,
sostener relaciones sexuales con animales, etc. En estudios realizados con
parejas que mantienen su unión matrimonial se encontró que hasta el 10% de las
mujeres reportaron haber sido violadas por sus maridos; en mujeres divorciadas
encuestadas, un 25% reportó tal evento.
Las
manifestaciones menos visibles de la violencia contra la mujer se escudan tras
la desigualdad en la distribución del dinero y las relaciones de poder, en la
sobrecarga de las labores y responsabilidades domésticas, en el poco acceso a
la realización personal más allá de las fronteras del hogar. Son modos de
violencia disfrazados en las falsas creencias de la madre como el centro del
hogar, la madre abnegada, la esposa sabia o virtuosa, la sumisión como don
divino, la mujer sacrificada, etc.
2.
El hombre agresor de violencia doméstica
El hombre “golpeador” ( Dutton 1997), el hombre
“abusador” (Mullender, 2000), el hombre maltratador, el hombre agresor, el hombre que incurre en
malos tratos en su relación de pareja, el hombre violento con su pareja, son algunas formas de
expresión utilizados de acuerdo a los contextos socioculturales en los que se
han desarrollado estudios sobre el fenómeno de la violencia doméstica.
Estudios realizados con mujeres víctimas de
violencia doméstica han desarrollaron los primeros perfiles del hombre agresor.
Hoy día nuevos perfiles han surgido. En un estudio exploratorio-descriptivo de
casos de depresión en mujeres puertorriqueñas y violencia doméstica, las
mujeres describen al agresor de la siguiente manera: usuarios de alcohol o
drogas, celos obsesivos, culpan a otros de sus problemas, son crueles, hiper sensitivos, usan la fuerza de alguna manera en las
relaciones sexuales, verbalmente hostiles y agresivos, experimentan cambios
súbitos de humor, con pobre autocontrol y la mayoría usaba la fuerza cuando
surgía una discusión (Berríos, 1997). Además
se encontró que el hombre agresor estaba desempleado, se sostenía
económicamente de ayudas gubernamentales y su escolaridad era menor de
duodécimo grado.
La conducta de este hombre luego de
incurrir en violencia doméstica se caracteriza por alejarse del hogar durante un tiempo
indefinido e intentar restablecer la comunicación a través de relaciones
sexuales. Otras características del
hombre agresor son: baja autoestima, patológicamente
celoso, no acepta su conducta de violencia ni reconoce la situación de
violencia, utiliza el sexo como acto de agresión o para demostrar su dominio,
no evalúa su conducta como negativa, es persuasivo y manipulador, y fue socializado con patrones de
crianza tradicionales de machismo, muestra un carácter explosivo en el hogar y
no tiene destrezas para al manejo adecuado de la ira, pero se muestra
controlado y amable fuera de casa (Dobash, 1979; Berríos, 1997; Dutton y Golant, 1997; Perrone, 1997; Echeburúa y del Corral, 1998; Lorente, 1998, 2001; Sarasua, 2000).
Los pensamientos de estos hombres en estado de tensión creciente se
caracterizan por distorsiones cognitivas, racionalizaciones, justificaciones y
pensamientos erróneos aprendidos. Son hombres poco realistas, que tienen
expectativas muy elevadas sin considerar sus capacidades y destrezas; suelen
minimizar el resultado de sus actos violentos y tienden a culpar a los demás,
muy especialmente a la mujer que los provoca. Piensan que son jefes con el
derecho de actuar violentamente. Cosifican a la mujer, por lo que le niegan sus derechos a
ser persona. Buscan las creencias
religiosas que colocan a la mujer en una posición inferior y tienden a presumir
sobre la inferioridad de las mujeres. (Walker,
1977; Ganley, 1981; Star,
1983; Brutz y Allen, 1986; Glasser, 1986).
Entre los sentimientos que afloran
bajo situaciones de tensión creciente, los estudios evidencian: la ira;
baja autoestima; actitudes hostiles; frustración–depresión; escapismo-explotación;
ansiedad-tristeza-soledad; sentimientos de culpa; indefensión; vulnerabilidad;
temor; insatisfacción con la relación; celos
(Seligman y Rosellin,1975; Ganley,1981; Star,1983; Deschner,1984; Walker,1984).
Las conductas llevadas a cabo por hombres agresores varían de acuerdo al tipo de agresor. Sin embargo, algunas conductas comunes a éstos son: actuar impulsivamente, cambiar de trabajo, amigos, casa (Glasser,1986); vivir aislado de los demás (Star,1983); ser excesivamente posesivo y dependiente de la pareja, (Hilberman y Munson, 1978); expresar la mayoría de las emociones como explosiones de ira (Ganley, 1981); controlar y dominar a otros (Straus et al., 1980; Walker, 1979); comunicarse inadecuadamente, de forma rígida, inflexible (Star, 1983); tomar decisiones de manera unilateral (Walker, 1984); abusar de drogas y alcohol (Gelles, 1974; Straus et al. 1980); incurrir en conductas de malos tratos a niños ( Straus et al. 1980); ser hostil, dominante (Brekke, 1987); abandonar la habitación o la casa insultando, maldiciendo, llorando; amenazar con golpear o tirar cosas, arrojando, rompiendo, golpeando o dando patadas; dar bofetadas, morder, golpear con el puño o intentar golpear con objetos a la pareja; amenazarla con un arma blanca o de fuego; emplear una navaja o arma de fuego (Straus, 1986).
Según
estudios del National Institute
of Justice (NIJ) y Spouse Assault Replication Program (SARP) se han
de considerar los siguientes factores
para la evaluación del potencial letal del agresor: Factores personales (cognitivos, motivacionales, afectivos, atitudinales).
Factores familiares, comunales, sociales. Creencias, ideas y pensamientos de un
agresor sobre sí mismo y sobre la pareja. Sistemas de atribución causal: a qué
o a quién le atribuye sus éxitos y fracasos. Cómo fue su proceso socializador.
Drogodependencia: si consume o no alcohol/ drogas. Grado de satisfacción con su trabajo y estrés
del diario vivir. Acceso que tiene a armas de fuego o armas blancas. Ideologías
culturales de género que prevalecen. Amenazas de suicidio y homicidio, intentos
previos. Conductas antisociales similares por otros miembros de la familia.
Adiestramientos que ha recibido que le han puesto en contactos con conductas
violentas o entrenado para matar (ejército, policía, deportes de caza, etc.)
Este tipo de información se obtiene cuando los programas que ofrecen ayuda a
hombres agresores desarrollan instrumentos científicos eficaces, válidos y
confiables, que puedan medir su peligrosidad y proveer los mecanismos
necesarios para que la víctima sea alertada de los riesgos a que pudiera estar
expuesta. Esta responsabilidad es parte
de la ética del que ofrece los servicios y estará incluida en el convenio o
contrato de ayuda entre agresor y consejero o facilitador.
3.
Prevención e intervención con violencia doméstica en Puerto Rico.
En Puerto Rico, la
Ley #54 (1989), Ley Para la Prevención e Intervención con Violencia Doméstica,
define relación de pareja como aquella
que existe entre los cónyuges, ex cónyuges, personas que cohabitan o han
cohabitado, personas que han sostenido o sostienen una relación consensual
íntima y las personas que han procreado entre sí un hijo o una hija. La Ley 54 establece
cinco tipos de delito: maltrato, maltrato agravado, maltrato mediante amenazas,
maltrato mediante restricción de la libertad, agresión sexual conyugal.
La política de esta ley
pretende ofrecer alternativas al agresor para que supere la conducta violenta y
le garantiza, en los casos que cualifiquen para ello, una carta de antecedentes
penales en la que esta convicción no quede registrada, de manera que no se ven
afectadas otras áreas como la probabilidad de retener o gestionar trabajo. Pero
los programas de reeducación para llevar a buen término esta política en Puerto
Rico son muy pocos. Sin embargo, con el pasar del tiempo han ido emergiendo
instituciones privadas que ofrecen sus servicios sin fines de lucro en algunos
casos y en otros en un módico precio. La mayoría de las veces la persona
maltratante llega a los programas por orden del Tribunal, es decir, le fue
ordenado, requerido o recomendado, pero muy pocas veces porque entienda
realmente que necesita ayuda para
superar la conducta violenta en su relación de pareja. Estos programas deberán
cumplir con la política gubernamental señalada a través de la Procuraduría de
la Mujer.
En Puerto Rico hemos
identificado varios programas cuyos servicios están específicamente dirigidos
al hombre que incurre en violencia doméstica, además de las instituciones
penales para los casos de extrema gravedad y peligrosidad. Los programas
existentes tienen como finalidad reeducar y readiestrar a los hombres que incurren en conducta
maltratante en su relación de pareja. Entiéndanse por reeducación y
readiestramiento a aquéllas modalidades de intervención que ayudan al
participante a que se auto examine, que pueda evaluar su patrón de
socialización a través del ciclo vital y pueda relacionar el proceso de
socialización con su conducta maltratante en la relación de pareja.
Algunos de éstos
programas son además programas de desvío,
es decir, programas a que pueden acogerse como un privilegio a los convictos
bajo la Ley Núm. 54 (1989) en Puerto Rico, ya sea como personas en libertad a
prueba o en libertad bajo palabra. El objetivo de los mismos es eliminar la
conducta de violencia doméstica en el hombre golpeador.
Inició
servicios en el 1991 como una institución sin fines de lucro en las regiones judiciales
de Carolina, San Juan, Mayagüez, Aguadilla y Bayamón. La modalidad básica de
intervención son las sesiones grupales con un enfoque psicoeducativo.
El proceso incluye una evaluación inicial con el propósito de clasificar la
conducta de violencia doméstica. La evaluación inicial abarca: Historial de
conducta violenta. Historial psicosocial. Historial
de abuso de drogas/alcohol. Administración de la escala de letalidad para
evaluar riesgo. Historial de tratamiento previo. Historial delictivo. Versión
del participante sobre los hechos. Versión de la víctima sobre los hechos
En
este programa la población es mayormente referida directamente por el Tribunal
General de Justicia a través del Programa de Comunidad de la Administración de
Corrección. Para 1996, contaban con 512
participantes; el 35% era indigente y el resto costeaba los servicios mediante
una aportación proporcional a sus ingresos.
El servicio no está determinado por el nivel económico aunque la institución
depende exclusivamente de estos ingresos.
El 94% de los participantes fue certificado como no reincidente de
violencia doméstica (Contreras, 1996).
3.2. Programa Aprendiendo a Vivir sin Violencia
Este
programa está adscrito al Negociado de Evaluación y Asesoramiento (NEA) de la Administración de Corrección. El
NEA es el organismo responsable del tratamiento de aquellos convictos que no
reciben servicios del Programa de Salud Correccional, TASC, Sala de Drogas u
otros programas especializados. Los servicios están dirigidos a los referidos
que se reciben directamente del Programa de Comunidad y de las Instituciones
Penales de la Administración de Corrección así también para personas que
disfrutan del privilegio de Libertad a Prueba, mejor conocido como probatoria
de adultos.
Presta servicios a
todas las regiones del sistema correccional y judicial de Puerto Rico, aunque
por falta de recursos la población atendida es mínima. El Programa Aprendiendo a Vivir sin Violencia
está dirigido a poblaciones con problemas de adicción a drogas/ alcohol, que
hayan sido víctimas de maltrato y abuso sexual durante la niñez. El Programa
consta de tres fases: evaluación y orientación, readiestramiento y transición.
Los módulos se desarrollan a través de conferencias, talleres y dinámica de
grupos.
3.3. Clínica del Norte de
Arecibo; afiliada al Hospital San Juan Capestrano en
Trujillo Alto
La
duración del tratamiento generalmente es de tres años y abarca dos fases: Fase Psico-educativa;
Fase de apoyo y seguimiento. La primera fase conlleva un término de un
año y se reúnen en sesión una vez a la semana. La evaluación inicial consiste
en recopilar la siguiente información: Datos descriptivos del participante.
Historial físico. Impresión de status mental. Historial de conducta violenta.
Evaluación potencial letal y de peligrosidad. Historial drogas/alcohol.
Historial tratamiento psicológico y/o psiquiátrico. Historial delictivo.
Consulta con familiares.
La modalidad de
intervención es la terapia grupal ya que entienden disminuye la enajenación
personal, facilita la expresión de afectos y motivaciones y le provee de
identidad en el grupo. Por otro lado, se
evita la transferencia típica que puede emerger en la terapia individual en
casos de esta naturaleza. La terapia matrimonial se descarta por la posible
influencia que el hombre que incurre en conducta maltratante en su relación de
pareja pudiera ejercer en ésta como víctima de violencia.
3.4. Colectivo Ideología y Vivencias de los Géneros. Proyecto de Reeducación y Readiestramiento
Los objetivos del
Colectivo en sus reuniones son: a) Identificar indicadores físicos, emocionales
y cognitivos presentes en las acciones agresivas; b) Examinar los componentes
de una situación problemática que pudiera llevar a la agresión de su pareja; c)
Expresar sentimientos relacionados con las experiencias que están viviendo; d)
Aprender a respetar la opinión y decisión de su pareja; e) Explorar
alternativas para negociar un compromiso en el cual la pareja pueda
beneficiarse; f) Aprender a evitar
situaciones estresoras que desencadenan en agresión.
Se realizan
entrevistas individuales y sesiones de grupo.
Las intervenciones grupales están dirigidas a que los participantes
cambien las cogniciones, motivaciones y acciones en su intento de controlar a
la mujer en su relación de pareja. La
experiencia grupal es el mecanismo para que el hombre asuma responsabilidad de
sus acciones, hable de sí mismo y exprese sus emociones. La participación es
totalmente voluntaria. La programación
de servicios consiste en: un contacto inicial, una entrevista inicial para
completar el consentimiento, una primera reunión, reuniones regulares,
reuniones de baja, de reingreso y la última reunión –reunión número cincuenta y
dos.
Usan la metáfora del
Pub y se
reúnen los viernes con un happy hour en el cual se discuten las prácticas e ideologías
masculinas con los bartendentes (los
asistentes del grupo). Se brinda
especial atención a los discursos que el hombre puertorriqueño utiliza para
justificar sus acciones ya sea con otros hombres o en su relación de pareja.
4. Otros Programas de Intervención.
Existe una gran cantidad y variedad de programas para agresores. Mencionaremos
algunos de los revisados para nuestro trabajo.
4.1.
Programa Pensamiento, Sentimiento y Acción. Daniel R. Clow, David E. Hutchins y Daniel S. Vogler , Virginia, USA
(1992).
La característica principal de este programa es que el maltratante pueda
junto al consejero establecer la cadena de relación: pensamiento-sentimiento,
sentimiento-acción y acción-pensamiento. Se utilizan diversas técnicas como la
entrevista estructurada, el autorreporte y las
tácticas de conflicto (Straus, 1980). Consejero y
maltratante dialogan sobre los hechos que dieron ocasión a ser intervenido por
la justicia. Se pretende que el agresor medite y relate sobre lo que estaba
pensando y sintiendo previo al incidente de violencia doméstica y que analice
las acciones que realizó momentos antes de agredir física o psicológicamente a
su pareja.
4.2.
Programa de tratamiento de abuso sexual. Sandra M. Stith
y Karen Rosen, Virginia, USA (1992).
El programa está dirigido a la pareja si así lo contratan o puede ser individualmente, víctima o maltratante. El propósito principal es eliminar todo tipo de violencia. El Programa trabaja competencias para manejar coraje, resistencia a las frustraciones, relaciones adecuadas de pareja, habilidades sociales .
4.3.
Programa de tratamiento para maltratantes. Enrique Echeburúa
y Paz de Corral, España (1998).
Es un programa muy completo que recoge aspectos psicopatológicos y utiliza técnicas terapéuticas muy diversas. Entre los temas tratados incluye: manejo de coraje, técnicas de relajamiento, programa de bebida controlada, reestructuración cognitiva para sesgos como celos patológicos, entrenamiento de solución de problemas, educación sobre la sexualidad en la pareja, manejo de déficits de autoestima, etc.
En general, todos los programas procuran
combinar diversas modalidades y estrategias de tratamiento. La terapia
individual trata de crear una relación entre los problemas actuales de los
sujetos con otras personas y con ellos mismos, por una parte, y sus
sentimientos conflictivos hacia personas o situaciones importantes de su
pasado, por otra. Mediante la exploración de las respuestas del sujeto es que
se van estableciendo las relaciones mencionadas. La crítica que se hace a esta forma de ayuda
es que sólo enfatiza un sector de las experiencias de la persona.
4.4. Programa de intervención con hombres
maltratantes, Ponce y Yauco, Puerto Rico (2002).
Como
se comentó en la Introducción de este
trabajo, proponemos un modelo operativo que pueda conceptualizar
el fenómeno de la violencia doméstica así como ofrecer estrategias para
afrontarlo. Nos dirigen los siguientes objetivos: 1) eliminar la conducta
violenta en hombres que agreden de diversas formas a
sus esposas o parejas, y 2) que estos hombres puedan desarrollar estilos de
conductas no violentas en sus relaciones de pareja.
Por cuanto, en Puerto Rico, existe una gran población
afectada por problemas de salud mental, quedará claramente establecido que
éstos podrán ser admitidos al Programa cuando estén activos en tratamiento con
otros profesionales de ayuda, previa autorización por el profesional que les
presta el servicio y mediante su consentimiento por escrito. Cuando el hombre
maltratante que solicita servicios está activo en drogas y alcohol, éste es
responsable de realizar las gestiones de servicios necesarias para superar la
condición y mantener informado al Programa de los ajustes y progresos
alcanzados. Sin embargo, queremos
señalar que todos los participantes tendrán la oportunidad de beneficiarse de
módulos relacionados a los temas de Salud: física, mental y emocional;
Alcohol/drogas/juegos : usos, abusos y dependencias.
El marco teórico
parte de la premisa de que la violencia es aprendida y que la cultura acepta
y perpetúa la misma a partir de las
ideologías imperantes en sociedades de trasfondo patriarcal. Se pueden aprender nuevas pautas de
comportamientos mediante técnicas y estrategias diversas como la
reestructuración cognitiva y la terapia racional emotiva. Descubrir ideas irracionales o
distorsionadas sobre los roles de género
y su génesis es fundamental. La modalidad de tratamiento en el programa incluye
sesiones individuales para evaluación, clasificación y ubicación así como
sesiones de consejería grupal. Los procesos mentales (cognitivos, motivacionales, afectivos) son el blanco de intervención.
La interacción del sujeto con el entorno constituye otro nivel de intervención,
ya sea como factor de riesgo o como red de apoyo social.
El
Programa tiene una duración de un año, dividido en dos semestres. Un semestre
de intervención compuesto de cuatro etapas y una quinta etapa de seguimiento
(dos trimestres). Las sesiones serán semanales y en grupo, para un total de 26
semanas. En las primeras dos semanas, se
realizan entrevistas de evaluación
individual para propósito de admisión y ubicación. A partir de entonces,
comienza el tratamiento grupal con una duración de dos- tres horas por sesión.
Las condiciones
para incorporarse al programa son: a) Estar motivado y comprometido para
eliminar todo tipo de conducta violenta, firmando contrato de no violencia. b)
No estar activo en substancias controladas o bebidas alcohólicas y de ser
paciente activo de salud mental, gestionar las oportunas autorizaciones y
permisos. c) No haber violado órdenes de
protección y de haberlo hecho, que no haya incurrido en conducta violenta ni de
maltrato a menores durante la violación a la orden expedida. d) Presentarse voluntariamente a las autoridades
pertinentes en los casos que sea requerido. e) Convenir en que se abstendrá de
molestar a la víctima y si ésta fuera la que se acercare lo notificará a la
mayor brevedad posible, ya sea telefónica o personalmente. f) Entregar pruebas
de Hepatitis B, HIV y certificado de salud al momento de la evaluación.
Las
fases de intervención son: a) Evaluación inicial y consentimiento a
servicios que incluye: Historial social. Consentimiento a servicios. Inventario
de ideas distorsionadas sobre la mujer. Escala de depresión. Escala de autoestima.
b) Sesiones de consejería grupal que incluye: Ciclo de conferencias y
ejercicios en grupo y tareas para el hogar. c)
Cierre provisional que incluye: Informe especial de ajustes y progresos
durante los primeros seis meses. d) Seguimiento y cierre final que incluye:
Administración de pruebas e Informe final de cierre por haber completado
servicios. Se rendirá un
informe provisional a los seis meses si ha cumplido con las condiciones del
programa. El cierre final se rendirá seis meses después tras completarse el
seguimiento.
Tenemos el propósito de
hacer entrega de un certificado de responsabilidad ciudadana a los que hayan
completado los servicios de una manera excelente. El criterio de
responsabilidad incluye asistencia, puntualidad, completar tareas asignadas, no
incurrir en conductas desviadas ni delictivas, cumplir con la paternidad
responsable en los casos que así fuese y evidenciar red de apoyo.
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